Pasó su primer día completo en el cargo librando pequeñas batallas.
El sábado, Trump convirtió lo que pretendía ser una visita a la CIA para tender puentes en una ocasión para criticar a los medios de comunicación por reportes que, según consideró, reflejaron una reducida asistencia a su investidura en la víspera. Reprendió directamente al periodista de una revista por una información imprecisa sobre la decoración de la Oficina Oval que se había corregido de inmediato. Después, envió a su secretario de prensa, Sean Spicer, a la sala de la Casa Blanca para reforzar su mensaje de descontento que incluyó declaraciones falsas y fácilmente verificables.
La jornada no dejó dudas de que Trump gobernará, al menos por ahora, del mismo modo que llevó su campaña: centrándose en cuestiones aparentemente menores, sin permitir que cualquier error pase desapercibido y, en ocasiones, creando su propio relato de los hechos.
De hecho, algunas de las declaraciones de Trump en la sede de la CIA, con los altos cargos de la agencia ante él, bien podrían haberse producido en sus encendidos actos de campaña. Pero en esta ocasión, un memorial de recuerdo a los agantes de la CIA caídos sirvió de telón de fondo para la declaración del mandatario de que los periodistas son “los seres humanos más deshonestos sobre la Tierra”.
“Tengo una guerra abierta con los medios de comunicación”, dijo Trump ante una audiencia formada por hombres y mujeres que han jugado un papel directo en la batalla del país contra el terrorismo.
Incluso con el historial de Trump, esta fue una escena destacable. Altos cargos de la CIA permanecieron en pie y en silencio mientras el comandante en jefe de Estados Unidos realizaba una serie de ataques fuera de lugar, aunque otros empleados de la agencia que acudieron voluntariamente al acto vitorearon al presidente.
Trump se ha desviado frecuentemente de su discurso por asuntos relativamente insignificantes, especialmente los que amenazan con romper su cuidada imagen de ganador absoluto. Repetidamente infló el número de asistentes a sus actos de campaña, aunque el reunía mayores audiencias que sus rivales. Cuando en un debate de las elecciones presidenciales la aspirante demócrata al cargo, Hillary Clinton, le recordó unos comentarios antiguos sobre el peso de una reina de belleza, mordió el anzuelo y pasó varios días defendiéndose de algo que, según él, había ocurrido dos décadas atrás.
Parece no ser una coincidencia que la fijación de Trump con el número de asistentes a su toma de posesión coincidió con el día en que una multitud de mujeres llenó Washington para protestar contra de su presidencia. La marcha pareció atraer a más personas que las que se reunieron en la víspera en el National Mall para observar cómo Trump era investido el 45to presidente de Estados Unidos.
La protesta de las mujeres tuvo una amplia cobertura en las cadenas de noticias por cable que Trump ve regularmente. Las rutas seguidas por su caravana el sábado le permitieron ver de cerca a las asistentes a la marcha, incluyendo algunas que esperaron en la calle y le gritaron a su regreso a la Casa Blanca.
En teoría, el ritmo y las presiones de la presidencia deberían dar a Trump menos capacidad para responder a cualquier malentendido. Ahora lidera la mayor economía y al ejército más poderoso del mundo. Sus leales seguidores depositaron directamente en él sus esperanzas de cambio en Washington, confiando en que pasado y su estilo poco convencionales le permitan tener éxito donde otros políticos fracasaron.
Pero el republicano parece haber llegado a la conclusión de que su capacidad para hacerlo depende en parte de derribar a los medios nacionales, una institución de la que, al mismo tiempo, desea atenciones. Mientras que algunos políticos consideran que ocupar los titulares a diario es un espectáculo, Trump lo considera el barómetro diario de su posición.
Se bendición de la profunda desconfianza de sus seguidores hacia los medios y en la realidad de que la mayor parte de ellos predijo su derrota en la campaña electoral sin importar que muchos dentro de su partido, incluyendo varios que ahora ocupan cargos relevantes en su fobiernos, hicieron lo mismo. Su presencia activa en Twitter y otros medios sociales le ha permitido llamar la atención hacia su propio relato de los hechos, que suele ser replicada por los medios que le son favorables.
Ahora, Trump tienen todas herramientas de la presidencia para promover también su versión de los acontecimientos. Cuando Spicer entró a la sala de prensa de la Casa Blanca el sábado o en la noche, el grupo de periodistas que trabajan en el Ala Oeste de la Casa Blanca estaba listo para reportar sus crónicas.
Spicer, un veterano en Washington que ya trabajó en el gobierno del expresidente George W. Bush, estuvo a punto de gritar al leer su discurso. Como su jefe, jugó con los hechos, incluyendo la afirmación de que los “cobertores de piso” blancos que protegieron la hierba en el National Mall se usaban por primera vez atrayendo la atención sobre los huecos vacíos. Las mismas piezas se emplearon hace cuatro años.
Ari Fleischer, que se estaba en el mismo podio que el primer secretario de prensa de Bush, escribió en Twitter: “A esto se le llama una declaración que el presidente te pide que hagas, y que sabes que el presidente está observando”.
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NOTA DEL EDITOR: Julie Pace cubre la información de la Casa Blanca y política de Estados Unidos desde 2007. Está en Twitter en http://twitter.com/jpaceDC