Redes sociales facilitan la vida a refugiados

MOLIVOS, Grecia (AP) — El muchacho, un sirio de 26 años con un título en economía, sabía exactamente lo que debía hacer y adónde ir.

Amr Zaidah, con la ayuda de un GPS, le dio indicaciones al piloto de una lancha inflable que lo acercó lo más posible a él y a otras 30 personas a Molivos, en Lesbos, una de varias islas griegas que han pasado a ser la primera escala de decenas de miles emigrantes que tratan de llegar a Europa occidental.

Sabía que en Molivos había autobuses que llevaban a los refugiados a la capital de Lesbos, Mytilene, a unos 50 kilómetros al sur. La alternativa hubiera sido caminar por un sendero angosto a lo largo de la costa, rodeado de olivos, un tramo por una carretera y otro sendero estrecho entre varias colinas.

En Mytilene, Zaidah sabía que él y los ocho amigos con los que viajaba podían buscar papeles que les permitirían continuar su trayecto.

“Me informé de todo durante más de dos meses”, relata Zaidah, oriundo de Aleppo, en el sur de Siria, y quien en los dos últimos años trabajó como contador en Estambul. “Usé las redes sociales para averiguar adónde íbamos, quiénes son los mejores contrabandistas de personas y lo que hace falta para el viaje”, indicó mientras tomaba café y se servía una torta en un elegante café frente al mar, con las zapatillas todavía mojadas tras el desembarco.

“Averigüé los pronósticos del tiempo, los vientos y cómo evitar ser embaucado por los contrabandistas”, agregó.

Zaidah es uno de miles de sirios e iraquíes mayormente jóvenes que están aprovechando las redes sociales y las aplicaciones de los teléfonos de usos múltiples para emprender su recorrido hacia Europa occidental, que comienza con una travesía marina e incluye un paso por Turquía.

En un grupo de Facebook, por ejemplo, sirios y otros que han completado exitosamente el recorrido por el mar Egeo comparten los nombres y números de teléfono de contrabandistas confiables en Turquía, advierten sobre los problemas que pueden surgir y dan otros consejos.

El grupo se hace llamar “al-Mushantateen” –un juego de las palabras “valija” y “diáspora” en árabe– e incluye aportes de voluntarios que ofrecen servicios como llamar a la guardia costera si un pasajero en un bote pide ayuda. Las recomendaciones abarcan también los recorridos por Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y Europa occidental. Zaidah y su grupo saben por dónde cruzarán las fronteras, los hoteles donde se pueden quedar y los negocios donde pueden comprar ropa cuando empiece el frío a medida que avanzan hacia el norte.

Las ventajas de contar con grupos como estos son obvias.

Mientras que Zaidah y sus amigos se encaminaban hacia el norte en dirección a Molivos, donde podían tomar autobuses gratis, muchos otros se dirigían a pie a Mytilene, bajo un calor y humedad infernales. A las familias con hijos menores o ancianos, el recorrido les puede tomar tres días, a menos que se topen con un griego de buen corazón o un trabajador de alguna organización no gubernamental, que a veces los acercan en sus autos.

A mitad de camino los emigrantes lucen mareados y arrastran las piernas mientras cubren un camino lleno de colinas. Jouan, un maestro de inglés sirio de 29 años, llegó a Mytilene tras caminar 16 horas, totalmente fundido. “Nadie se detuvo, aunque sí recogieron a gente mayor o con niños”, expresó, hablando a condición de no ser identificado para proteger a su familia en Siria.

Los emigrantes que saben manejar las redes sociales están constantemente mirando sus teléfonos. Se amontonan frente a las oficinas de los servidores en Mytilene y compran números griegos que les permiten obtener datos y gozar de conexiones internacionales, así pueden conectarse a Facebook y WhatsApp para comunicarse con los demás.

Durante la travesía marina, que dura unas dos horas con buen tiempo, colocan sus teléfonos en bolsas de plástico para que no se mojen. Desembarcan en Lesbos gritando “¡gracias a Dios!” y lo primero que hacen es sacar sus teléfonos y tomarse fotos. Aprovechando que las señales de Turquía todavía son fuertes allí, llaman a sus seres queridos en Turquía, Siria o Irak y les informan que llegaron a Grecia.

Toda la información recogida, no obstante, no impidió que Zaidah y sus amigos encontrasen algunos problemas.

Ellos otras 50 personas, incluidos 15 niños, se perdieron en un bosque tratando de encontrar el punto de partida de su embarcación al norte de la ciudad turca de Izmir. Su guía sirio no podía hablar turco ni lograba hacer funcionar su GPS. Después de casi 12 horas, fueron a dar a otro punto de partida, solo que manejado por una banda rival de contrabandistas.

Los contrabandistas turcos se dividen la costa y defienden a pie firme sus territorios.

Los coyotes estaban furiosos y amenazaron con un arma a uno de los amigos de Zaidah, Mohammed Seraj. “Me apuntó la pistola y me dijo, ‘te puedo matar y nadie se va a dar cuenta o puedo llamar a mis amigos de la guardia costera para que alerten a la policía de que están aquí y te arresten”’.

Seraj, un sirio de 25 años, dijo que ofreció disculpas al contrabandista y luego se fue con sus compañeros de viaje.

El grupo finalmente dio con sus coyotes, pero tuvieron que pasar otra noche a la intemperie, durmiendo contra unas rocas, cerca de una granja. Al amanecer, el contrabandista los hizo cargar cajas pesadas con el bote inflable y un motor nuevo hasta la playa, donde tuvieron que ensamblarlo. El contrabandista les dijo luego que piloteasen ellos mismos la lancha.

A lo largo del camino surgen negocios improvisados. En Izmir, un vendedor de zapatos ofrece chalecos salvavidas y vendedores callejeros ofrecen bolsas para billeteras y teléfonos móviles, según Zaidah y Seraj. Hasta salvavidas para niños se puede comprar.

En los negocios de Lesbos hay ahora carteles en árabe. Los precios de artículos básicos como las botellas de agua han subido. Durante un tiempo se vendieron documentos falsos para viajar por Europa, hasta que las autoridades griegas aceleraron el trámite para conseguir papeles oficiales, que es gratis.

Los residentes de Lesbos encontraron otra forma de ganar dinero. Algunos esperan en la costa con binoculares y apenas llega una lancha, se acercan a la costa con una camioneta y se llevan el motor de la embarcación y el mismo bote o buscan entre las cosas que dejaron los emigrantes, incluidos los salvavidas, para venderlos.

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