“El mundo contemporáneo”, dijo, “experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo todo fundamento de la vida social y por lo tanto termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses”.
Acto seguido, y en medio de aplausos, recordó una conocida frase de Martín Fierro: “Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.
El Martín Fierro, escrito en verso por José Hernández en 1872, es considerado la obra maestra de la literatura argentina y el género gauchesco. Muchos de sus versos son empleados coloquialmente por los argentinos para reflexionar sobre distintos asuntos.
Francisco no tocó el tema de la inmigración, que ha sido uno de sus caballitos de batalla durante su visita a Estados Unidos, pero abordó varios de los asuntos en los que ha venido haciendo hincapié como la necesidad de combatir la desigualdad económica y de preservar el medio ambiente.
A su vez reconoció la importancia de las Naciones Unidas pero hizo un llamado velado para que se implemente una reforma que dé voz y voto a todo el mundo.
El primer papa latinoamericano dejó en claro de entrada que iba a hablar con la misma franqueza de siempre y luego de elogiar el papel de las Naciones Unidas dijo que era importante hacerla más democrática.
Francisco recordó que es la quinta vez que un papa habla ante las Naciones Unidas -antes lo hicieron Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y Benedicto XVI en 2008- y afirmó que el organismo constituye “la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades”.
Añadió, no obstante, que es “siempre es necesaria… la reforma y adaptación a los tiempos” y exhortó a que se logre “el objetivo único de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones”.
De este modo Francisco dio su apoyo a quienes promueven una reforma al Consejo de Seguridad, que es controlado por cinco países con poder de veto: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido.
El pontífice afirmó que la preservación del medio ambiente es una obligación para todos los creyentes porque no se puede destruir la obra del Creador si no es para el beneficio común. “Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador… no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental”, manifestó, acotando que hay “límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar”.
Agregó que “la crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado sólo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre”.
El papa dijo que es fundamental “preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica”.
Al abordar el tema de la desigualdad económica, sostuvo que “los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”.
Sin mencionar a Irán, Francisco reiteró su apoyo al acuerdo nuclear alcanzado entre ese país y Estados Unidos e hizo “votos para que sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas”.
Francisco, por otro lado, pidió por un “absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones” reiterando el rechazo de la Iglesia al aborto y distinguió entre el hombre y la mujer, de acuerdo con lo que describió como una “ley moral inscrita en la propia naturaleza humana”. De este modo insistió en la oposición de la Iglesia a la noción de que la gente puede cambiar de sexo.