Mérida, 31 Oct (Notimex).- La plegaria de la rezadora se eleva al igual que el humo del copal, en espera de que los difuntos reconozcan la voz de la familia, en su retorno anual al mundo.
El aroma del chocolate y del atole de maíz nuevo compiten con el del pan y el de los dulces de mazapán, camote, yuca o papaya, para las ánimas de los niños, mientras que caminos de cemento son tapizados de flores para que el regreso de sus almas sea terso y colorido.
Así, la tradicional muestra de los altares de Hanal Pixán o “Comida de muertos” se levanta en el corazón del centro histórico de Mérida ante miles de personas, las menos, atraídas por la espiritualidad de esta tradición, las más, para degustar las ofrendas.
El sonido del caracol y del tunkul se propagan por la Plaza Grande, y las llamas de las velas multicolores o de colores grises y negras -según la edad del difunto-, contienden en luminosidad con Kin, el dios sol, quien en venganza por esa osadía, las derrite sin contemplación.
Un total de 112 altares municipales, de dependencias u organismos públicos o privados, se suman a la ofrenda tradicional, ante las figuras de los Montejo, que desde el portal de la que fuera su casa, parecen vigilar con recelo el sincretismo de esta tradición mestiza. Los pequeños niños mayas observan a sus padres en la elaboración del altar de tres niveles que evoca al mundo de los mayas que han ido al cielo, a los que purgan sus penas y a los que han llegado al inframundo -ninguno de ellos merecen el infierno-.
Las almas de los niños son los primeros en comer “la gracia de los alimentos”: chocolate, atole nuevo, pan y dulces, acompañados de sus juguetes y de mandarina, naranja (china) y jícama, en una mezcla llamada xe´ek´.
Relleno blanco o negro, escabeche o frijol con puerco, se colocan como ofrenda para el alma del adulto muerto, quien acompaña su comida con Xtabentún o la bebida de su preferencia, la cual compartirá con algún amigo cuyos parientes se han olvidado de él en este festejo. Una cruz verde sobresale en la parte alta del altar. Simboliza vida y muerte, lo mismo para el cristiano que para el maya. El primero conecta al alma con el cielo o el infierno, para el maya trasciende a una vida buena en el inframundo o sagrada en el cielo.
El aroma del comal anuncia la llegada del almuerzo, para aquellos que no se han saciado es posible comer el pib enterrado (mucbipollo), el cual ha sido elaborado por la más grande y sabia de la familia y sus acompañantes que tienen sus manos enrojecidas por el col y achiote. Largas filas se forman en torno a los altares improvisados en espera de que se compartan las viandas, en especial de tacos hechos con tortillas a mano, relleno negro o escabeche de pavo, mejor aún, un trozo de pib por el que es posible soportar el sol.
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