Por Andrés Beltramo Alvarez. Corresponsal
Ciudad del Vaticano, 1 Ene (Notimex).- En su primera ceremonia pública de 2017 el Papa Francisco dijo hoy que las madres son el antídoto más fuerte contra las tendencias individualistas y egoístas, contra los encierros y apatías de una sociedad moderna que ha perdido el corazón.
La mañana de este domingo, el pontífice celebró una misa en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la cual dedicó a la Virgen María e imaginó cómo sería un mundo sin madres: frío y sin sabor a hogar.
Una sociedad sin madres sería una sociedad sin piedad que ha dejado lugar sólo al cálculo y a la especulación. Porque las madres, incluso en los peores momentos, saben dar testimonio de la ternura, de la entrega incondicional, de la fuerza de la esperanza, afirmó.
Confesó haber aprendido mucho de esas madres que teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frío o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor.
Esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos. Madres que dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda. Donde está la madre hay unidad, hay pertenencia, pertenencia de hijos, agregó.
Esta reflexión partió de la figura de la Virgen, quien siguió el pontífice- le enseñó al niño Dios a escuchar los anhelos, las angustias, los gozos y las esperanzas del pueblo.
Recordó que María fue una mujer de pocas palabras, sin grandes discursos ni protagonismos, pero con una mirada atenta que sabe custodiar la vida y la misión de su hijo y, por tanto, de todo lo amado por él.
Donde hay madre, hay ternura. Y María con su maternidad nos muestra que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, nos enseña que no es necesario maltratar a otros para sentirse importantes, estableció.
Más adelante, el Papa sostuvo que iniciar el año evocando su rostro maternal protege de la enfermedad de la orfandad espiritual, que padece el alma cuando se siente sin madre y le falta la ternura de Dios.
Se trata de una orfandad, abundó, que va apagando el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo; que gana espacio en el corazón narcisista que sólo sabe mirarse a sí mismo y a los propios intereses.
Fustigó esa orfandad autorreferencial, a la que calificó como un cáncer que silenciosamente corroe y degrada el alma, provocando que quien la sufre degrade la tierra, degrade a los demás e incluso degrade a Dios.
La pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida, hace que crezca ese sentimiento de orfandad y, por tanto, de gran vacío y soledad, advirtió.
La falta de contacto físico (y no virtual) va cauterizando nuestros corazones haciéndolos perder la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión, apuntó.
Francisco precisó que la orfandad espiritual hace a los seres humanos perder la memoria de lo que significa ser hijos, nietos, padres, abuelos, amigos o creyentes, dejando de lado el valor del juego, del canto, de la risa y del descanso.
En cambio, dijo, celebrar la fiesta de la Virgen vuelve a dibujar en el rostro la sonrisa de sentirse parte de un pueblo, de tener pertenencia a una comunidad, de sentir el calor, de recordar que el ser humano no es mercancía intercambiable o una terminal receptoras de información sino hijo, familia, pueblo.
Celebrar a la madre de Dios nos impulsa a generar y cuidar lugares comunes que nos den sentido de pertenencia, de arraigo, de hacernos sentir en casa dentro de nuestras ciudades, en comunidades que nos unan y nos ayudan, puntualizó.