LIMA, Perú (AP) En los cinco años que pasaron desde que salió en libertad condicional, Lori Berenson ha vivido en una especie de limbo, tratando de criar a su hijo en una sociedad que no le perdona haber colaborado con el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en la década de 1990.
Ahora madre soltera de 46 años, la mujer que llegó a este país hace dos décadas imbuida de un fervor revolucionario finalmente va de regreso a su Nueva York natal.
Berenson fue expulsada oficialmente el miércoles por la noche. Con su hijo de 6 años, Salvador, en los brazos, pasó rápidamente por la terminal del aeropuerto de Lima rodeada por oficiales de policía y seguida por reporteros. Su vuelo a Nueva York estaba programado para partir a la medianoche.
Se le permitió abandonar el país después de cumplir una condena de 20 años de prisión por el delito de colaboración con el terrorismo.
Antes de irse, le dio una entrevista a la Associated Press, con la condición de que fuese difundida después de su partida.
Criticó duramente a las élites políticas y económicas de Perú, a las que acusó de no estar dispuestas a enfrentar las heridas abiertas que dejó el conflicto armado interno de 1980-2000.
Y afirmó que sigue creyendo, igual como declaró cuando fue detenida en 1995, que el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) no fue una organización terrorista.
“Podría haber actuado en algunos momentos utilizando tácticas terroristas”, manifestó Berenson, comparando a ese movimiento con los rebeldes salvadoreños para los que trabajó antes de venir a Lima en 1994. “Pero que fue una organización terrorista… me parece que el calificativo no va”.
Berenson dijo que, pese a que se arrepiente de cualquier daño que causó el MRTA robó bancos, secuestró civiles adinerados, mató a soldados y policías le sigue indignando la desigualdad económica y el racismo que observa en Perú.
“No es que el feudalismo desapareció hace poco”, sostuvo, añadiendo que los grandes hacendados les negaron educación a los campesinos hasta bien entrado el siglo XX.
Berenson dijo que ella y Salvador en principio piensan vivir en Nueva York con sus padres, ambos profesores universitarios, hasta que se estabilicen. Espera conseguir empleo como trabajadora social. El año pasado obtuvo un título básico de sociología de la City University de Nueva York.
“Mi objetivo es continuar trabajando en temas relacionados con la justicia social”, expresó.
Mientras estuvo en libertad condicional, Berenson hizo traducciones para clientes que no quiso identificar, incluida una agrupación de derechos humanos, según dijo.
La vista desde su departamento en un sexto piso de un edificio de Pueblo Libre, un barrio limeño de clase media, fue un consuelo luego de tantos años en prisión.
En la calle la gente fue poco amigable, admitió.
Le gritaban “terruca”, un término que alude a los terroristas. Dijo que recibió varias amenazas a la vida de su hijo, incluyendo algunas a través del intercomunicador de su casa.
Irritó a muchos peruanos cuando fue autorizada a visitar a su familia en Nueva York en 2011. En reacción el Congreso aprobó una ley que prohíbe a los extranjeros en libertad condicional viajar al exterior.
Fue sentenciada a cadena perpetua inicialmente por jueces militares con el rostro cubierto, pero en 2001 fue juzgada nuevamente por un tribunal civil.
Su salud sufrió entre 1996-1998 mientras estuvo en una cárcel a casi 3.400 metros de altura.
Hoy no culpa a la mayoría de los peruanos que la odian. Dice que han sido influidos por los medios de comunicación controlados por una élite conservadora.
Los peruanos tienden a meter en la misma bolsa al MRTA, al que se le atribuyen el 1,5% de las muertes ocurridas en el conflicto interno, con los militantes de Sendero Luminoso, más violentos y a los que se responsabiliza por el 54% de las muertes.
En el conflicto murieron cerca de 70.000 personas y tres cuartas partes de las víctimas eran indígenas quechuas pobres del altiplano. Una comisión de la verdad determinó que las fuerzas de seguridad fueron responsables de más de 40% de las muertes.
Berenson fue hallada culpable de colaborar con el MRTA en la planificación de un asalto al Congreso para tomar legisladores como rehenes.
Niega haber sabido del complot, pero visitó el Congreso con una acreditación de periodista, acompañada por una “fotógrafa” que estaba casada con un líder del MRTA Néstor Cerpa.
El plan fue desbaratado el 30 de noviembre de 1995 cuando la policía irrumpió en una vivienda que habían alquilado Berenson y el panameño Pacífico Castrellón. Las autoridades encontraron en el cuarto piso de la casa un arsenal de cuya existencia Berenson dijo no saber nada.
Exhibida ante las cámaras de televisión tras su arresto, Berenson gritó que el MRTA era un movimiento revolucionario, no una organización terrorista criminal. Castrellón, quien fue liberado en 2007 tras pasar 11 años en la cárcel, dijo que eso tal vez le agregó cinco años a la condena de la estadounidense.
El MRTA proyectó una imagen de Robin Hood, distribuyendo comida robada entre los pobres. Pero también cometió secuestros extorsivos, mató a civiles, policiales y militares, incluido un general del ejército.
La toma de rehenes en la residencia del embajador japonés en Lima en 1996 selló la suerte de la organización. Berenson estaba tercera en la lista de personas cuya liberación exigió Cerpa durante una crisis que se prolongó 126 días y terminó cuando comandos militares tomaron la residencia y mataron a todos los guerrilleros.
“Cuando se analiza su historia, la única conclusión posible es que trabajó para una organización terrorista a sabiendas, por su propia voluntad y entusiastamente”, expresó el embajador estadounidense de entonces Dennis Jett.
Esa tesis es reforzada por la afirmación de Castrellón de que él y Berenson se encontraron con Cerpa en Ecuador en 1994. Berenson niega haber conocido a Cerpa.
Cuando se le pregunta si se arrepiente de algo, de la arrogancia que se le imputa y de su inocencia al colaborar con el MRTA, Berenson se muestra cautelosa.
“Es mi vida. Es lo que elegí y voy a tener que vivir con eso”.
Admitió, no obstante, que hubiera deseado haber terminado sus estudios en el Instituto Tecnológico de Massachusetts antes de irse a América Latina.
Preguntada si cree que actualmente se justifica la lucha armada contra dictaduras y gobiernos abusivos, evitó una respuesta directa. Dijo que los años 80 y 90 eran otros tiempos, que la gente hoy prefiere las urnas.
En Nueva York, dijo, espera poder “ayudar a las poblaciones excluidas” como trabajadora social.
En cuanto a su activismo político, dijo “no creo mucho en el sistema político electoral”.
“Podría salir a la calle”, acotó. “Pero no necesito ser líder. Puedo seguir a alguien”.
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