Jeff Pollard subió fatigosamente la empinada pendiente y se detuvo junto a un árbol marrón sin vida. Dos meses antes, los empleados le colocaron una etiqueta indicando que el abeto de Fraser estaba listo para el mercado. Iba a estar en la sala de alguien como árbol de Navidad. Pero ahora está muerto. “Nunca recuperaré lo que me costó” dijo encogiéndose de hombros. “Once años de trabajo, para nada”.
El culpable es el hongo fitoftora, que se aloja en las raíces y que provoca la deshidratación de la planta. Pollard ha cultivado abetos de Fraser en estas montañas del oeste de Carolina del Norte durante 40 años y lo considera el “árbol por excelencia”. Pero este problema persistente ha hecho que busque otras especies en el lugar de nacimiento del mismo San Nicolás. Y no es el único.
Los granjeros de Oregon, el mayor productor de árboles de Navidad del país, han experimentado con el abeto turco durante más de 30 años. Esa especie y el abeto del Cáucaso, también nativo de Eurasia, han mostrado una resistencia prometedora al hongo. “Este hongo es un problema en la mayoría de los lugares donde crecen los abetos verdaderos”, dijo Gary A. Chastagner, patólogo de plantas y especialista de la Universidad Estatal de Washington. “Es un problema nacional”.
Oregón lidera la producción nacional de Oregon de árboles de Navidad con casi 7 millones de unidades en 2007, las cifras más recientes que ofrece la Asociación Nacional de Productores de Árboles de Navidad. Carolina del Norte estaba en un distante segundo lugar con unos 3,1 millones de árboles talados.
Un estudio calcula que las pérdidas potenciales para los viveros de Oregon y el sector de árboles navideños son de un máximo de 304 millones de dólares al año si el hongo no se controla debidamente. El abeto de Douglas y el abeto noble son las principales especies de árboles de navidad en la región noroeste de Estados Unidos.
En Carolina del Norte, el segundo productor del país, el hongo le cuesta a los productores unos 6 millones de dólares al año, dijo John Frampton, genetista especializado en árboles de Navidad de la Universidad Estatal de Carolina del Norte en Raleigh.
Hasta la fecha ningún fungicida ha sido efectivo en el control de la fitoftora en plantaciones de árboles navideños. Una vez que se establece en el suelo, no hay nada qué hacer.
Pollard, quien cultiva unos 130.000 árboles en varias granjas en el oeste de Carolina del Norte, dijo que el hongo se estableció después del huracán Fran en 1996 y la situación se agravó tras el huracán Ivan en 2004. Pollard perdió aproximadamente una cuarta parte de su cosecha en las últimas seis temporadas, y el estado calificó la mortalidad en algunas de sus plantaciones en un máximo de 80%. “(Los terrenos) serán buenos para cultivar hierba”, dijo recientemente mientras observaba varias plantaciones devastadas en lo alto de colinas.
Investigadores de la Universidad de Washington y otras altas casas de estudio esperan revelar los secretos de algunas especies al hongo. En un invernadero en el recinto de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, Will Kohlway, estudiante de posgrado, observaba una hilera de vástagos de abeto inoculaos con el hongo, en busca de genes relacionados con la resistencia a la enfermedad en el abeto turco. “Si podemos identificar el gen, a lo mejor podemos acelerar la hibridación y conseguir un árbol que crezca con más rapidez”, dijo.
Pero lo que funcione en Carolina del Norte quizás no sea positivo en el noroeste, donde otras cepas del hongo son más comunes, dijo Chastagner.
Katie McKeever, candidata a doctor en el laboratorio de Chastagner, trabaja en un programa financiado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) para crear una colección nacional de fitoftora en árboles de Navidad para comprender la variación regional en la población de patógenos. La meta es inocular a varios tipos de abetos con el hongo para identificar los mecanismos de resistencia y desarrollar marcadores genéticos que puedan usarse para identificar árboles resistentes a la enfermedad, dijo Chastagner.
Pero hasta que los árboles nativos puedan modificarse para mejorar la resistencia, Pollard y otros buscan otras especies.
Una soleada tarde reciente, Pollard estaba en la ladera de una colina donde varios trabajadores temporales cortaban, embalaban y almacenaban árboles, algunos de los cuales esperó 17 años para talar. Mientras hablaba, se miraba las manos llenas de la fragante savia.
“Esta savia nos corre por las venas”, dijo. “Estos abetos de Fraser son para la gente de esta zona montañosa lo que los búfalos eran para los indios de las planicies… Estos árboles de Navidad han mantenido las granjas productoras en manos de familias. Y tenemos mucho que agradecerles”.
Los dos hijos de Pollard, David y Jeff, trabajan con él en el negocio. A los 61 años, Pollard sabe que tiene que prepararse para el futuro. “Cuando plantamos un árbol, no pensamos en cuatro años, o en ocho. A veces son 12 o 16 años que tenemos que esperar”, dijo. “Confío en que este árbol permita que mi familia siga operando un negocio de árboles de Navidad”.