Por Juan Matú Chalé. Corresponsal
Mérida, 31 Oct (Notimex).- La fiesta en Yucatán de los días de muertos y cuya máxima expresión se vive en el Hanal Pixán o Comida de Ánimas, es para el pueblo maya la celebración más esperada por su sacralidad, así como por ser espacios de convivencia familiar y de reflexión a los que invitan los difuntos.
El sincretismo de la religiosidad maya y la fe católica se unen en esta fiesta, donde se cree con firmeza que el alma de los difuntos regresa al hogar -provenientes del cielo o del inframundo- para estar con la familia y en reciprocidad ésta deberá recibirla con agrado y ofrecerles todos aquellos alimentos que solían gustarles en vida.
El investigador maya, Fredy Poot Sosa, destaca que el valor del Hanal Pixán es de tal magnitud que incluso se vive con mayor intensidad que la Navidad, por ello es capaz de reunir a la familia, de motivar el retorno a sus hogares de aquellos que han migrado a otras regiones del país o el mundo.
Aunque la expresión más visible de la celebración se encuentra en los altares o en la mesa servida con comidas y postres, donde se reciben a las ánimas a su regreso a casa, ésta tiene una connotación más profunda desde el punto de vista espiritual, pues se creen en la inmortalidad del alma del difunto que siempre estará con su familia.
Hablamos de que los vivos de nuevo convivimos con los que se fueron a causa de la muerte; se establece un diálogo profundo con los difuntos, incluso nos vamos a referir a ellos como si estuvieran vivos, nunca en pasado, haciendo alusión a sus enseñanzas, a lo que les gustaba o no, incluso hay temor a molestarlos, expresó.
La celebración del Día de muertos es también, dijo, contrario a lo que se cree, un encuentro privado, muy familiar, de mucha sacralidad, donde los padres enseñan a los hijos sobre cuestiones como la trascendencia del alma, el respeto por el que se ha ido, sobre la ritualidad de cada elemento de esta fiesta y el deber continuarla.
Para los mayas, aseveró, esta fiesta podría decirse que es el ancla de nuestra cultura, donde incluso la visita al cementerio debe de hacerse en familia, espacio necesario para poder ayudar a las personas a trascender, de ahí la necesidad de mantenerlo limpio y cuidado, en especial en vísperas de su retorno a casa.
Por ello, explicó el también estudioso de la Comisión Nacional para Desarrollo de los Pueblos Indígenas, es necesario que la relevancia de estas celebraciones, que el diálogo entre vivos y muertos, sea enseñado a las nuevas generaciones.
Tenemos que cuidar su sentido espiritual y no centrarnos en esta cuestión pura de lo tangible, ejemplo el montaje de altares, cuyas muestras son cada vez más frecuentes, pero solo desde el punto de vista de lo folclórico, sin este sentido espiritual y de convivencia.
El Hanal Pixán para nosotros los mayas representa la celebración, la convivencia con la persona que se nos fue, con los padres, los hermanos, los hijos y por eso tenemos una encuentro con ellos, resaltó.
Para Felipe de Jesús Castillo Tzec, coordinador del Departamento de Lengua y Cultura Maya del Instituto para el Desarrollo de la Cultura Maya (Indemaya), estas celebraciones también están asociadas a espacio de vida cotidiana, como lo es la milpa.
Para la cultura maya, detalló, existen muchos espíritus como por ejemplo la el O´ol que se refiere al de la persona que está viva y el Pixán o ánima para el que ya falleció, y a este último es al que se le ofrece un convivio con elementos que se le pone en el altar de acuerdo con la cosecha del campo y la siembra.
Y es que para la ritualidad entre las comunidades rurales y las ciudades cambia en cuanto al tiempo de duración de estas fiestas, no así en torno a los elementos que conforman el altar o los alimentos que se ponen en él.
La celebración de el Hanal Pixán tiene varias matices de acuerdo a la ciudad o la comunidad e incluso entre las familias. En la ciudad se celebran durante tres días, 31 de octubre para los niños, el 1 de noviembre para los adultos y el día 2 es como un día político-religioso por ser inhábil y celebrar a los fieles difuntos.
En las comunidades mayas las celebraciones se prolongan ocho días, en el que el difunto comerá diversas guisos, caldosos a su recibimiento y sólidos a su partido al final de la semana y a lo que se le conoce como el ochovario.
Para la llegada del alma, dijo, la familia se esmera en limpiar todas las cosas y se ponen comidas caldosas en la mesa, lo que más le gustaba al difunto, para que pueda disfrutar de ellas como frijol con puerco, escabeche oriental, relleno blanco o negro, entre otras.
Sin embargo, abundó, a la semana se le pondrá comidas duras o sólidas, nos referimos la pib (mucbilpollo), polcanes, chanchames, es decir, alimentos que el ánima se pueda llevar de regreso sin que se caiga en el camino; incluso en algunos sitios el 30 de noviembre se les ofrendan tamales.
Pero lo más importante es recordar para quienes son estas ofrendas, por ello cuando se sirve la comida se espera que el ánima pueda gozar de la gracia de ese alimento, razón por la cual nadie de la familia podrá comer o retirar los alimentos por espacio de 20 minutos a 30 minutos, tiempo para que el difunto goce de ella.
Sin embargo, explicó, el Hanal Pixán es más que comida ofrendada a los muertos, es el sincretismo de dos religiones por ello contienen elementos comunes, aunque las visiones de sus significado son diferentes, como el caso de la cruz verde, indispensable en todo altar.
Para los mayas, la ceiba es el árbol sagrado que conecta al mundo de los vivos con el inframundo o el cielo maya -cuyo verdor es muy representativo-, lo que la cruz para los cristianos.
Es muy difícil, abundó, determinar quién engañó a quién, pues aunque a los mayas les impusieron una cruz, estos la pintaron de verde para no adorar en realidad a la cruz cristiana, y los colonizadores pensaban que habían acabado con la idolatría.
Esta es una muestra del sincretismo religioso. A través de un elemento como la cruz verde, cada grupo veía lo que considera importante para su religión.
Los elementos de la mesa podríamos decir que son simbólicos y también pueden tener algunas variantes como el hecho de que en las comunidades mayas durante mucho tiempo se preparan y están a al espera de éste día tan especial, para lo cual han criado a sus animales y ofrendarán lo que se coseche en la milpa.
Es por ello, que si no se tuviera la comida por equis razón, principalmente económica, se pone lo que se tenga en casa, lo que se coma en casa, aunque no sea una comida muy suculenta.
Hoy en las muestras de altares se ve comida muy variada, pero se debe a que las personas traen un poco de todo, pero en la intimidad de la casa se come lo que haya, hasta sólo agua y tortillas.
Castillo Tzec expone que otros elementos han sido agregados reciente a estos altares, como el colocar una imagen (fotografía) del difunto, para recordarlo como era en vida, aunque el llamado es a que todo lo que se pongamos en el altar debe de tener una coherencia.
Todo lo que se ponga en el altar o en la mesa debe gustarle al difunto que la mira, por ello se debe considerar si al que se va a honrar es un niño o un adulto, por ejemplo poner velas de colores para los niños, en tanto blancas, grises o negras cuando sean adultos, agregó.
La realidad es que estas velas no deben de ir en el altar, sino en la albarradas de las casas a fin de que el difunto no se extravié en el camino.
La globalización ha ido incorporando nuevos elementos a los altares, por ejemplo, la fotografía del difunto, el pan de muerto o las calaveritas de azúcar, que aunque no son contrarias a la fiesta de Hanal Pixán tampoco tienen un significado en la cosmovisión de nuestro pueblo.
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