Haití sufre por gran seguía

Jean-Romain Beltinor clavó su azada para preparar la tierra para sembrar semillas que no tiene.

Luego de meses de sequía en el noroeste de Haití, este campesino que vive de lo que cultiva enfrenta dificultades para alimentar a sus 13 hijos. Para ganar algo de dinero, debe ocuparse de tareas que empeoran las cosas, como cortar los pocos árboles que quedan para usarlos como leños.

“No llueve. No puedo alimentar a mi familia”, dice Beltinor, un hombre taciturno, con el rostro surcado por arrugas y un tono anaranjado en su cabello, mientras extrae raíces viejas de su pequeño terreno. “A veces pasamos un par de días sin comer”.

La sequía golpea más a una de las partes más desoladas y hambrientas de la nación más pobre del hemisferio y causa alarma en organizaciones internacionales de ayuda como el Programa Mundial de la Alimentación de las Naciones Unidas, que envió personal esta semana para distribuir trigo bulgur, aceite para cocina y sal.

El organismo dice que repartió alimentos entre 164.000 personas por ahora. El gobierno agregó que repartió 6.000 paquetes de semillas entre los campesinos.

Las autoridades esperan dejar a la gente en condiciones de sobrellevar la temporada de lluvias, que empieza en abril, hasta las cosechas de junio.

En el “lejano oeste” de Haití ha llovido un 50% menos que lo habitual, continuando una tendencia que viene de los dos últimos años, según la Red de Sistemas de Alertas Tempranas de Hambrunas del Servicio Geológico de Estados Unidos, que observa el clima, la producción agrícola y los precios de los alimentos en un esfuerzo por evitar hambrunas.

“Las familias no pueden comprar cosas como semillas para la próxima cosecha ni pagar matrículas escolares ni medicinas”, señaló Chris Hillbruner, asesor de esa red. “Tienen problemas para satisfacer sus necesidades alimenticias básicas”.

Los campesinos han tenido que vender sus animales y comerse los granos para plantar. Los animales que no son vendidos a menudo se debilitan mucho o sufren enfermedades.

La esposa de Beltinor, Jenila Jean-Baptiste, dijo que recibió una ayuda de 35 dólares del gobierno en septiembre.

“Gasté ese dinero en las matrículas escolares y zapatos para los niños, pero no fue suficiente”, expresó la mujer desde la puerta de su casa de ramas de árboles y paja.

Varios de los hijos de Beltinor, seis de los cuales tuvo con Jean-Baptiste, muestran síntomas de malnutrición: cabello rojizo, barriga prominente, extremidades muy delgadas.

“Al nacer lucían como niños normales, pero con el paso del tiempo se empiezan a ver cada vez menos saludables”, dijo Jean-Baptiste.

Ya antes de que comenzase la sequía el gobierno había reportado que una cuarta parte de la población de esa zona padecía de malnutrición crónica. Un 5% de los casos eran agudos.

Desde entonces, el problema entre los niños se ha agravado, según Faith Leach, quien fue ejecutiva del Hospital Evangélico de Bombardopolis por dos décadas. Ocho niños fueron tratados por malnutrición entre octubre y diciembre. En febrero hubo 30 casos.

En los pueblos costeros de esta región no hay gasolineras, casi ninguna calle está asfaltada y las casas son de heno, piedras y ramas. Los únicos indicios del siglo XXI son algunas torres de compañías de teléfonos celulares que se elevan por encima de las rocas y los cactus.

Dentro de lo relativo, Bombardopolis es afortunada. Se encuentra en la cima de una meseta llamada “La Plataforma” desde la que se puede ver el Caribe y cuenta con algunos árboles saludables. Pero la sequía hace peligrar todo eso.

Desde las colinas surgen columnas de humo de fogatas. Beltinor y tantos otros cortan los árboles que quedan para vender leña. Lo poco que ganan lo usan para comprar semillas, en la esperanza de que podrán plantarlas.

Solo el 2% del territorio haitiano está cubierto de bosques y los expertos dicen que la deforestación ha dañado el suelo, reduce las lluvias y agrava las inundaciones cuando llueve.

“La miseria nos hace hacer esto”, dice Beltinor, aludiendo a la tala de árboles.

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