Lo espero toda la vida. Hermida estaba emocionado cuando lo decía, a sus 85 años no podía creer que iba a ver al papa en su casa, en el corazón del Bañado Norte, uno de los barrios más pobres de la capital de Paraguay.
Hablaba con voz tenue, sentada en su silla de ruedas al final de un largo pasillo. Su cara exhibía los surcos de unas arrugas marcadas a fuego, pero su mirada expresaba la alegría de quien está a punto de vivir un momento inolvidable.
Ella fue una de las tantas personas que Francisco saludó hoy en el bañado, que visitó en la última jornada de su visita apostólica a Paraguay. Llegó muy temprano por la mañana y atravesó ese pasillo, donde todas las casas hablaban de una pobreza con dignidad.
En la casa de Carmen, otra habitante del barrio, se detuvo un momento e ingresó a saludar. La conmoción podía sentirse a flor de piel. Después se dirigió a un escenario montado temporalmente, desde el cual saludó a cientos de personas que se encontraban en una plaza de tierra.
No importó el barro de las callejuelas, ni la precariedad de las casas, muchas de las cuales fueron pintadas para la ocasión. En el bañado sólo imperó la alegría, la emoción por recibir al obispo de Roma.
En aquella plaza, junto a una valla y con su hijito en brazos estuvo Miguel Rizaldi, un joven de 21 años que demostraba en su rostro la emoción contenida por vivir aquel momento histórico.
Mientras hablaba, un grupo de rock católico animaba con ritmos pegadizos a la multitud y los presentes respondían agitando al viento sus banderas.