Trece personas fueron declaradas muertas y 11 más siguen desaparecidas.
Con cientos de sobrevivientes apiñados en hoteles o alojados con familiares en pueblos cercanos, Bento Rodrigues y otras aldeas cercanas como Paracatu se han convertido en pueblos fantasmas zonas cubiertas de barro donde un par de rosas de plástico, una imagen religiosa o una muñeca son los únicos recordatorios de las vidas sus habitantes.
“Aquí es donde formé mi familia, hablé con mis amigos, jugué a las cartas. Es donde me gané la vida”, dijo Joao Eloi da Silva, cuyo bar en Paracatu, en su día bullicioso, está ahora cubierto de una capa de barro. “Ahora mi corazón está bloqueado y no sé qué voy hacer con mi vida”.
Los efectos del desastre en la mina Samarco siguen generando tensiones y afectando a cientos de miles residentes de dos estados. Tras arrasar las aldeas cercanas, la lengua de barro siguió su avance cubriendo una amplia zona de terreno y cayendo al río Doce.
La riada acabó con la vida salvaje y comprometió las fuentes de agua potable que abastecen a residentes en los estados de Minas Gerais y Espirito Santo.
En la localidad de Colatina la gente hace fila día y noche para recibir botellas de agua mineral embotellada proporcionadas por la empresa que opera la mina, Samarco, un emprendimiento conjunto entre los gigantes de la minería Vale, de Brasil, y la australiana BHP Billiton.
El barro recorrió centenares de kilómetros (millas) para desembocar en el océano Atlántico, donde amenaza el hábitat de la ya amenaza tortuga laúd.
El desastre amenaza también el modo de vida tradicional de las comunidades indígenas ubicadas a lo largo del río Doce.
“El pueblo krenak necesita el río. Vivimos de la pesca y la caza y en la actualidad no podemos hacer nada de eso”, dijo Ererre, que se identifica solo con un nombre. “Nuestro río está muerto, nuestro río está acabado. Nuestro pescado está muerto, todo está muerto”.