Vieques, que se encuentra frente a la costa este de Puerto Rico, goza de hermosas playas, aguas azules y una espectacular bahía bioluminiscente. Pero por más de 70 años, una gran porción de la isla estuvo restringida al personal militar. Toneladas de bombas, cohetes y otros tipos de municiones sin explotar yacen en el sector oriental de la isla y en su lecho marino.
Una de las consecuencias de esta presencia militar fue que la isla no se desarrolló demasiado y es un refugio para la vida silvestre, cuyas colinas boscosas y sus arenas blancas atraen a unas 170 especies de aves y una variedad de tortugas.
“Vieques se alimenta de eso”, expresó Mike Barandiaran, director del Refugio Nacional de Vida Silvestre de Vieques del U.S. Fish & Wildlife Service. “El turista que viene aquí quiere estar en contacto con la naturaleza. Y genera muchos ingresos”.
Unos 67.000 visitantes llegaron al refugio el año pasado, comparado con los 24.000 de años recientes.
El centro de ejercicios militares cerró en el 2001 y desde entonces la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos designó buena parte de la zona como un sitio contaminado con mercurio, plomo y napalm, entre otras cosas. La Armada estadounidense ha estado limpiando el sector para que resulte más hospitalario tanto a los turistas como a los más de 9.000 residentes.
Muchos activistas y el departamento de salud de Puerto Rico dicen que años de exposición a sustancias peligrosas generaron altas tasas de cáncer y otros problemas de salud. Funcionarios del último gobierno comenzaron un proceso para obtener una compensación de hasta 1.000 millones de dólares por los daños sufridos por el medio ambiente, pero no está claro si el gobierno actual seguirá con ese reclamo.
Estudios federales niegan que haya habido tantos daños y Dan Waddill, jefe de la unidad de la Armada abocada a la restauración de Vieques, dice que la marina ha hecho amplias investigaciones y estudios del aire y no ha encontrado violaciones a las normas ambientales.
“Nos preocupa mucho la inquietud de la gente sobre la salud, pero todo nuestro trabajo se hace de una forma que protege la salud humana y el medio ambiente”, sostuvo.
La limpieza ya ha costado más de 220 millones de dólares y se espera que dure otra década. Hasta ahora se han retirado 31.000 bombas, 1.300 cohetes y 600 granadas, entre otras cosas, algunas de las cuales eran solo para ensayos, de acuerdo con Waddill. Nadie sabe cuántas bombas y demás proyectiles quedan.
Este año la Armada planea examinar 49 kilómetros cuadrados (19 millas cuadradas) del lecho marino para determinar si hay artefactos que no han explotado y que deben ser retirados por buzos y robots, lo que despejará el camino para la apertura de nuevas playas y arrecifes para nadadores y buceadores.
Ya se reabrireron 28 kilómetros cuadrados (11 millas cuadradas) desde que comenzó la limpieza y las autoridades esperan abrir otros 41 kilómetros cuadrados (16 millas cuadradas), de acuerdo con Barandiaran. Esto crearía una zona virgen del tamaño de la ciudad de Washington.
Barandiaran dijo que 5,2 kilómetros cuadrados (2 millas cuadradas) permanecerán cerradas por razones de seguridad.
El turismo ya ha aumentado en Vieques y representa una importante fuente de ingresos para una pequeña población, de la cual casi la mitad vive por debajo del nivel de pobreza. La isla ofrece paseos a caballo, buceo y viajes a una popular bahía bioluminiscente, una de un puñado que hay en el mundo.
En el 2010 abrió el costoso W Retreat & Spa y desde entonces abrieron varios hoteles, restaurantes y casas de vacaciones.
Los turistas esperan conseguir acceso este año a partes del sector oriental de Vieques que alguna vez sirvió de depósito de municiones. Las autoridades federales dijeron que por primera vez se permitirá la caza en esa zona y que se podrá hacer hiking, andar a caballo y hacer caminatas para observar aves en un área de 162 hectáreas. Esa es una noticia alentadora para Michelle Brinker, turista de Michigan, que visitó Vieques este mes por tercera vez con su marido.
“Nos encanta esta isla y es lindo ver que están abriendo más sectores al público”, comentó Brinker, una farmaceuta de 40 años de Ann Arbor. “Sería bueno poder recorrer esas zonas restringidas. Vas trotando por allí y te preguntas, ‘¿qué habrá allí?”’.