COLOMBO, Sri Lanka (AP) Antes de que hubiera farolas eléctricas en las calles, los portadores de antorchas en los festivales religiosos y culturales de Sri Lanka no hacían acrobacias ni teatro. Simplemente estaban allí para que la gente pudiera ver.
En las décadas posteriores se han convertido en artistas de bolas de fuego, modificado sus antorchas e incorporado coreografías en sus movimientos para ofrecer un espectáculo inolvidable. Ahora son una parte esencial de todos los festivales importantes del país, especialmente la famosa procesión de la reliquia de un diente de Buda, en la que la reliquia se transporta en un resplandeciente cofre sobre el Elefante Real y se lleva por la ciudad de Kandy, en el centro de Sri Lanka.
landari Devage Tillekaratne, de 62 años, participa desde hace 40 años en la procesión, conocida como la Dalada Perahera. Junto con sus dos hijos, el líder de los Walpola Ginikeli Kawaya, o Bailarines de Fuego de Walpola, entrena a unos 15 bailarines para espectáculos en varios lugares del país a lo largo del año.
Aunque el propósito de la noche de Perahera es venerar la reliquia, los bailarines de bolas de fuego ofrecen una emoción que los espectadores ya esperan. No hay atajos posibles cuando se trata de la fe, y por eso las largas horas de ensayos para perfeccionar cada paso, incluidos los que se dan sobre zancos.
“Requiere mucho trabajo duro”, comentó Tillekaratne. “La disciplina es muy importante. El mayor desafío es aguantar el calor y el humo generados al quemar queroseno. La técnica tiene que ser perfecta, Después de todo, jugamos con fuego”.
Los aprendices tienen unos 10 años cuando se unen al grupo. Se les enseña cómo preparar y reparar las antorchas, todos los movimientos y, lo más importante, cómo bailar al unísono con los demás. Antes de los ensayos y espectáculos, todos los estudiantes e instructores rezan para pedir protección a todos los dioses, ya que después de todo realizan un ejercicio tan peligroso como delicado. Los accidentes graves son poco frecuentes, aunque en ocasiones los que caminan sobre zancos sufren caídas.
Es una vocación, desde luego, pero está envuelta en fe. Para Tillekeratne y su equipo, no es un asunto de vida o muerte. Es la vida.