En las 10 semanas que han pasado desde su inesperada victoria como 45to presidente del país, Trump ha roto con décadas de protocolos diplomáticos establecidos, causado conmoción en juntas directivas de empresas, puesto a prueba antiguas normas de ética y mantenido su estilo combativo de responder a cualquier ofensa con un ataque personal, en Twitter y en persona.
Sus predecesores han descrito su primera entrada en la Oficina Oval como presidentes como una experiencia que les hizo pensar y les dejó claro su nuevo papel de custodios de la democracia estadounidense. Trump ha pasado buena parte de la transición de poder dejando claro que ve las cosas de otra manera: en lugar de cambiar para el cargo, afirma, el cargo cambiará para él.
“Dicen que no es presidencial llamar a estos importantes líderes de empresas”, dijo en diciembre Trump ante una multitud en Indianapolis, tras negociar un acuerdo con una firma de aparatos de aire acondicionado para que mantuviera sus empleos en el estado, una maniobra que muchos economistas criticaron como una política económica nacional inviable.
“Creo que es muy presidencial. Y si no es presidencial, está bien. Está bien. Porque en realidad me gusta hacerlo”.
Trump ha cambiado la misma naturaleza de la presidencia, incluso antes de jurar el cargo, rompiendo convenciones y desafiando las expectativas sobre el líder del mundo libre.
Asesores que han hablado con Trump dicen que el magnate de los bienes raíces y estrella de un reality show es consciente de la naturaleza histórica de su nuevo empleo. Ha dicho a sus amigos que le atrae la ambición de Ronald Reagan, un republicano, y de John F. Kennedy, un demócrata. Estudia pasar su primera noche en la Casa Blanca durmiendo en el dormitorio de Lincoln, según algunas personas que cenaron con él hace poco en Florida.
Pero Trump también se ve como un presidente diferente, que no debe su éxito a nadie y que no sigue el ejemplo de ningún mandatario anterior. Ha dicho que no ha leído biografías de otros presidentes. Cuando en una entrevista reciente se le preguntó quiénes eran sus héroes personales, mencionó a su padre antes de responder que no le gusta “el concepto de héroes”.
“No creo que Trump tenga un gran conocimiento de la historia de la Casa Blanca. Cuando no conoces tu historia, es difícil respetar por completo las tradiciones”, dijo el historiador Douglas Brinkley, que cenó hace poco con Trump y otros invitados en su club del sur de Florida. “No es alguien que presuma sobre cuántas biografías históricas ha leído”.
“Es alguien que presume de esto como un gran acontecimiento en el que él es el director de orquesta”, señaló.
Eso es un cambio que entusiasma a sus seguidores, que votaron a Trump para transformar lo que consideran un gobierno federal corrupto e indiferente en el “cenagal” de Washington.
“No quiero que cambie”, dijo el senador estatal de Iowa Brad Zaun, uno de los primeros en apoyar al empresario. “Uno de los motivos por los que le apoyé fue porque decía las cosas como eran. No se andaba con rodeos. No cubría los temas estándar de político”.
Trump ganó las elecciones con esa estrategia, pero aún no se ha ganado al país. Su victoria en el Colegio Electoral contrastó con su derrota en el voto popular ante la demócrata Hillary Clinton por casi 3 millones de papeletas. Las protestas convocadas para el día después de su investidura amenazan con atraer a más gente al National Mall que los actos oficiales de inauguración.
Sondeos publicados en la última semana indican que Trump entrará en la Casa Blanca como el presidente más impopular en cuatro décadas. Los demócratas mantienen su férrea oposición al magnate, los independientes no se han unido bajo su bandera e incluso los republicanos están menos animados de lo que podría esperarse, según las encuestas.
En su reacción habitual a resultados de sondeos que no le gustan, Trump los tachó de “amañados” en un tuit el martes.
Esa estrategia sin cortapisas le ha dado buen resultado como director ejecutivo de una corporación familiar, que no tiene supervisión de una junta directiva o inversionistas externos. Pero un presidente está limitado por un sistema de controles y equilibrios de poder. Miembros de gobiernos anteriores señalan que las diferentes capas de la burocracia de gobierno, un sinfín de reglas y las complejidades del Congreso pondrán a prueba el estilo de Trump.
“Un presidente no tiene una autoridad universal generalizada. Es una actividad muy diferente de ser un director ejecutivo que puede despedir y contratar gente a voluntad”, señaló Kathleen Sebelius, una demócrata y ex secretaria de Salud y Servicios Humanos. “Nunca ha formado parte de una organización con un entorno en el que haya normas institucionales”.
Sin embargo, los defensores de Trump dicen que son las instituciones y Washington y no el próximo presidente los que deben cambiar.
“Trump cree que comprende mejor cómo funcionan las cosas en el mundo moderno que todos estos llamados detractores”, dijo el republicano Newt Gingrich, asesor de Trump y expresidente de la Cámara de Representantes, que ha hablado con el presidente electo sobre su mandato. “Así es él”.
“Los demás tendremos que aprender a pensar de esta manera”.
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Lisa Lerer está en Twitter como: http://twitter.com/llerer