México, 12 Oct (Notimex).- Profesor e investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Francisco de la Peña criticó algunos estereotipos con los que se ha encasillado a los indios en la cinematografía nacional.
Al participar en el cuarto Congreso Latinoamericano de Antropología, desarrollado en el Palacio de la Escuela de Medicina de la UNAM y en la Antigua Escuela de Jurisprudencia, el investigador destacó lo ocurrido, por ejemplo, en la película !Que viva México!, del ruso Seguéi Eisenstein, filmada en los años 30.
En ella, dijo, se retrata al indio como el buen salvaje o la víctima pasiva frente al abuso de los poderosos, convirtiéndose en el punto de partida de los clichés y estereotipos utilizados en toda la tradición de cine indigenista mexicano.
Recordó que en el capítulo La Sandunga, el director ruso muestra a los zapotecas de Juchitán con esta idea del buen salvaje y un mundo indígena paradisiaco. En contraposición, en Maguey se exhibe la explotación del indígena por parte de los caciques y hacendados.
Se trata de estereotipos porque los indígenas no vivían en el paraíso ni eran víctimas pasivas, inermes, frente a los abusos de los poderosos, explicó en su ponencia La imagen del indígena en el cine mexicano de ficción.
Esos patrones se instauraron cuando el cine comenzó a erigirse como una industria nacional, a partir de los años 30, con la llegada del cine sonoro.
Entre las primeras películas que imponen estos modelos está Tribu (1934), de Miguel Contreras Torres, donde Emilio Indio Fernández caracteriza a un indígena.
Para el etnólogo, el Indio es uno de los representantes más importantes de este cine indigenista, porque buscó idealizar y mitificar la imagen de los indígenas; con sus personajes creó una serie de íconos populares con los que, incluso, ganó varios premios en festivales internacionales con cintas como Janitzio (1935), de Carlos Navarrete, o María Candelaria (1943), de su autoría.
De los estereotipos que han perdurado, se refirió a Tizoc: amor indio (1956), de Ismael Rodríguez, donde el protagonista es un indígena ingenuo, enamorado de la mujer blanca, y vive en el estado de la naturaleza donde casi caza a los animales con las manos, cliché absolutamente fantasioso y absurdo.
María Candelaria (1943) explora el modelo de la mujer indígena sumisa, cuyo vínculo con un fuereño transgrede la supuesta norma de no tener relaciones interraciales, rompe con la tradición indígena, por lo que es lapidada y rechazada por su comunidad.
En Macario (1960), de Roberto Gavaldón, Ignacio López Tarso encarna al nativo que vive en un mundo de superstición y magia; mientras que en Ánimas Trujano (1961), de Ismael Rodríguez, el actor japonés Toshiro Mifune encarna a un indígena que se remite a gruñir, no habla. La idea era el modelo del indio reducido a su expresión más elemental, un personaje instintivo, impulsivo, motivado por las pulsiones básicas del ser humano.
Ya en los años 70 se produjeron varias cintas de temática indigenista más crítica, como Llovizna (1977), de Sergio Olhovich, que relata las aventuras de un citadino quien de regreso a la capital sufre un accidente y lo auxilian cuatro campesinos indígenas a cambio de llevarlos a la ciudad.
En el camino, cree que lo van a asaltar y los mata. Son la intolerancia y el desconocimiento que privaban y privan en las urbes.
Corazón del tiempo (2009), película de Alberto Cortés, es un ejemplo donde los indígenas zapatistas participaron directamente en la producción, realización y actuación de la cinta; el equipo del director se limitó a coordinarlos. Deseable que así fueran los filmes con esta temática pero en realidad es una excepción, manifestó.
Por otra parte, en el marco del mismo Congreso se rindió homenaje al antropólogo y cineasta Alfonso Muñoz, con la proyección de sus principales trabajos que fueron restaurados y digitalizados por la Cineteca Nacional, gracias a un convenio signado con el INAH.
En la Antigua Escuela de Jurisprudencia se organizó el Foro de Cine Etnográfico, cuyo auditorio lleva el nombre del realizador homenajeado, y se apreciaron cintas como Él es dios (1965), codirigida con Arturo Warman y Víctor Anteo, ganadora de la Diosa de Plata y del primer lugar en la categoría Documental de 16 mm en el IV Concurso de Cine de Aficionados, otorgado por la asociación de Periodistas Cinematográficos de México (Pecime).
También se proyectaron Semana Santa en Tolimán (1967) y El día de la boda (1968).